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Isabel, La Reyna Católica (Libro y Audio Libro)

Posted on October 23, 2014October 17, 2018 by admin

Infancia

Isabel fue hija de D. Juan II y de Isabel de Portugal. Fue media hermana de Enrique IV. Nació en Madrigal de las Altas  Torres el 22 de abril  de 1451. Pasó sus primeros años al lado de su madre en  Ávila de Arévalo, su situación económica fue apremiante, casi olvidada por su medio hermano el rey Enrique IV. “Dña. Isabel”, así era costumbre llamar a las princesas, más que  hablar gustaba de escuchar y lo hacía con serena gravedad y cuando hablaba  lo hacía con pocas palabras. Conservaba una majestuosa prestancia que no sorprendía si se  tiene en cuenta que descendía de Alfonso el Grande, Guillermo el Conquistador, los reyes Ingleses Plantagenet,  de S. Luis y S. Fernando. No obstante parecía inverosímil que un día llegara a ser reina. Su hermano Alfonso tenía mayores posibilidades que ella.  Pero eran inmensos los obstáculos que se oponían  a que cualquiera de ellos ascendiera al trono.

Isabel recibió la educación  de los nobles de aquella época de España, a pesar del negligente abandono del rey  y de las apremiantes necesidades de  dinero, que hacían que ella y su madre carecieran de alimento y vestido al punto de verse obligadas a vivir como campesinas.

Había aprendido a hablar castellano con armoniosa elegancia  y a escribir con cierta distinción. Estudiaba gramática, retórica, pintura, poesía, historia y filosofía. Bordaba intricados dibujos  en tela de oro y terciopelo. Con extraordinaria habilidad ilustraba en caracteres góticos oraciones  sobre pergaminos.  De su preceptor, que había estudiado en la  Universidad de Salamanca, a la que después se llamó la Atenas de España, aprendió la filosofía de Aristóteles y de Sto. Tomás de Aquino. La ciencia de  la época de la manera más agradable posible.  Las traducciones  españolas de la Odisea y de la Eneida eran comunes  en la corte del hermano de  Isabel. Mostraba ella especial interés por los cantos o cancioneros, tan queridos por su padre y así aprendió la heroica  historia de sus antepasados los cruzados.

Isabel sabía demasiado bien que España se había desangrado durante más de  setecientos años bajo la opresión musulmana.  Algunos judíos españoles que odiaban  a la cristiandad y deseaban ver destruída su influencia, indujeron a los berberiscos a cruzar el angosto estrecho de África y  apoderarse  de las tierras de los cristianos. La invitación fue escuchada, pronto la península  fue arrasada  por el fuego y la espada del infiel. Unos judíos abrían las puertas de las ciudades al invasor, mientras que otros luchaban en los ejércitos de los visigodos cristianos.
Los berberiscos conquistaron toda España, excepto unas  desguarnecidas montañas en el norte donde se refugió el resto de los cristianos. Pero no se detuvieron los invasores en los Pirineos.  Invadieron Francia y habrían conquistado  toda Europa si Carlos Martel no los hubiera rechazado en una sangrienta batalla que duró ocho días cerca de Tours, en el 732.  Siete siglos de lucha fueron necesarios para recuperar, paso a paso, del poder invasor, las tierras conquistadas. Año tras año, siglo tras siglo,  habían ido empujando  a los enemigos de Cristo hacia el Mediterráneo.

Aprendió Isabel en los cancioneros, cómo un apóstol de Cristo, caballero en un caballo blanco se apareció a los destruidos ejércitos cristianos, cerca de Clavijo y los condujo a la victoria sobre las irresistibles hordas musulmanas.  Este era el apóstol Santiago el Mayor que predicó allí el evangelio y su cuerpo después de su martirio en Jerusalén,  es venerado en el célebre sepulcro de Compostela. Santiago fue el patrón de España y los  cruzados corrían a la victoria al grito de guerra: “¡Por Dios y Santiago!”, hasta que todo el poder  político de los musulmanes quedó reducido al rico y poderoso  reino de Granada, a lo largo de la costa del sur. Allí permanecieron  como constante amenaza de los reinos cristianos de Castilla y de Aragón, ya que en cualquier  momento podrían traer de África nuevas hordas de fanáticos y reconquistar  toda España. Era urgente, por lo tanto, la necesidad de un rey fuerte y hábil que uniera los pueblos cristianos y  finalizara la reconquista. Desgraciadamente  el cetro de S. Fernando había caído en manos de un incapaz. El medio hermano de Isabel, era un degenerado, conocido en toda Europa con el nombre de Enrique el “Impotente”.

Al igual que la mayoría de la nobleza, la reina viuda, madre de Isabel, lamentaba que Enrique, a quien el pueblo creía el indicado para liberarlo  de la amenaza mahometana, no fuera más que un cristiano tibio e indiferente. Sus compañeros preferidos, -moros, judíos  y cristianos renegados- eran enemigos de la fe católica. Estos hombres que se sentaban a su mesa inventaban  por día una nueva blasfemia y bromas obscenas sobre la Sagrada Eucaristía, la Santísima  Virgen y los santos. El  rey asistía a misa, pero no confesaba  ni recibía la Comunión.  Su guardia era mora  y la retribuía más generosamente que a sus soldados cristianos, la fausta  generosidad de éste con sus favoritos había llevado al país a la bancarrota y a la anarquía. Concedió al rabino José de Segovia el privilegio de recaudar impuestos  y a Diego de Ávila, judío converso, le otorgó las más amplias facultades, incluso el derecho de desterrar  a aquellos vecinos que no pagaran los impuestos  y hasta darles muerte sin juicio  previo.

La civilización  parecía destinada a sucumbir, bajo el reinado de un monarca cuyos vicios anormales constituían el escándalo de Europa y cuya corte causaba náuseas a toda persona decente.
Los amigos más íntimos del rey eran en esta época, D. Juan Pacheco, marques de Villena y su hermano  D. Pedro Girón, éstos descendían por ambas ramas de un judío llamado Ruy  Capón,  y así como en  muchas otras de las numerosas poblaciones judías de España,  se declaraban, públicamente,  católicos.

Durante algún tiempo  continuó Isabel su educación junto a Beatriz de Bobadilla. Aprendió a montar a caballo y a cazar liebres y jabalíes con el gobernador. Recibió su primera comunión, y  al igual que su madre, fue muy devota y sincera católica. Parecía que su vida debía emplearse en una bella y agradable oscuridad, mas la Providencia Divina le tenía reservada una más heroica tarea.

Ese mismo año llegó  un correo  de Madrid que sonó como una bomba en los oídos de la reina viuda, madre de Isabel, y su pequeña corte. El rey Enrique le ordenaba que enviase a la princesa Isabel  y al príncipe Alfonso a la corte para que se educaran bajo su cuidado personal. La reina viuda sabia cuán “virtuosa” era la Corte de Enrique. Las noticias, de los escándalos del rey y sus amigos habían llegado hasta ella. Los vicios anormales de los moros y de los amigos del rey y de algunos cortesanos, eran objeto de comentario público. Ninguna madre podría desear que su hija viviera en tan execrable compañía. Con todo, la autoridad del rey era absoluta, Isabel  y su  hermano abandonaron  con tristeza a su inconsolable madre y rodeados de hombres armados, cabalgaron por el camino de Madrid, que los llevaba al rey.

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